lunes, 23 de diciembre de 2013

A vida o muerte (1946)

Título: A vida o muerte


Intérpretes:   y 

Sinopsis: El aviador británico Peter Carter, en su avión en llamas y a punto de estrellarse se enamora de la voz femenina que contesta a su mensaje de socorro. Parece que se ha salvado milagrosamente y encuentra a su interlocutora. Pero un enviado del más allá le notifica que está entre la vida y la muerte y que si quiere sobrevivir, tendrá que defender su caso ante un tribunal celestial. Simultaneamente a esta situación sobrenatural, un equipo de médicos lucha en el quirófano para curar a Peter una lesión en el cerebro. 

Would you repeat the question? It, erm, had "enamored" in it.

Un inglés, una americana y un francés… Podría ser el inicio de un chiste, pero son las nacionalidades de los personajes de A vida o muerte, de la pareja de directores Michael Powell y Emeric Pressburger. La historia narra la lucha de un piloto británico, Peter, por conseguir una prórroga para seguir vivo y estar con June, de la que se acaba de enamorar, después de haber burlado a la muerte.


La película empieza rompiendo cinturas. ¿Quién espera que un melodrama comience con una visión del espacio? Porque esa voz en off, mostrando nebulosas, estrellas y planetas, aunque haga algún chascarrillo no cuadra con lo que se espera al poner la película. Luego viene esa conversación que acrecienta el surrealismo. Una conversación entre Peter (David Niven) y June (Kim Hunter), donde nos damos cuenta del posible tono que va a tener la película. Peter está a punto de morir y se lo toma, casi, como si fuese una broma. Ambos se enamoran en ese instante. ¡Pero si no se han visto en la vida! Ya, pero aun así se enamoran. En esta conversación casi no existe el plano-contraplano tradicional; sino que es en los primeros planos donde los actores muestran su solidez, pues es muy difícil aguantar a la cámara tan cerca y mostrar tan bien los sentimientos. Los cuales son intensificados gracias al tipo de iluminación utilizada. Esa luz en los ojos que muestran el miedo y tristeza de June, además de que su mirada se dirige hacia el infinito, lo que acrecienta esa sensación.

La película sigue jugando con el espectador. Por lo menos la primera vez descoloca. La tierra es a todo color, mientras que el cielo es en blanco y negro. Además de ese contraste también está el de la música, en la que se apoya la historia para resaltar los sentimientos. En la tierra es alegre, son piezas para varios instrumentos u orquesta. Sin embargo en el cielo es fría, a veces llega a agobiar, suele ser un solo instrumento (puede ser el caso de la armónica) o muy pocos. Parece ser que el cielo es más triste que la tierra. La gente es seria, no hay bromas, no hay sonrisas (salvo la llegada de los aviadores americanos, es el único momento donde cambia la música, hay risas y hasta CocaCola, pero se acaban pronto). Algo sucede que parece que el amor está en la tierra. Por ejemplo el compañero de Peter, Bob (Robert Coote) intenta ligarse a una de las ángeles del cielo. Pero no consigue ni sacarle una sonrisa. Tal vez esa sea la diferencia, el amor solo se entiende en la tierra y solo existe en ese mundo.

Y eso es lo que se discute en el juicio de Peter, si tiene derecho a más tiempo de vida, si el amor es suficiente para aplazar ese final. Pero no es el único tema, sino que los directores aprovechan el juicio para cargar contra ese sentimiento americano de somos los mejores. El fiscal del juicio es Abraham Farlan (Raymond Massey), que fue el primer norteamericano muerto en la Guerra de la Independencia, y tiene un especial odio a los ingleses. Durante el juicio Farlan y el abogado, el doctor Revees (Roger Livesey), se enzarzan en una discusión sobre quién es mejor, si un británico o un norteamericano, poniendo como excusa a Peter y June. Discuten desde la música, hasta el grado de libertad de un ciudadano, pasando por la voz del inglés medio. Pero el mayor ataque al sentimiento de norteamericano puro es en el cambio de jurado, cuando se presenta a seis individuos de nacionalidad americana, pero que cada uno tiene sus raices en otro lugar del planeta. Cada intervención está cargada de fuerza y sobriedad. Fuerza porque abundan los primeros planos y un poco en contrapicado, lo que da grandeza y seriedad al personaje. Se le da una autoridad. Y sobriedad porque el escenario es mínimo, parece sacado de una tienda de Ikea. Blanco y muebles transparentes, como en el que colocan la rosa. De esta forma, con ese escenario pulcro, no puede haber distracciones, salvo la de Bob con el ángel.

Michael Powell y Emeric Pressburger consiguen una película sencilla y creativa. Generan una atmósfera que mezcla la fantasía y la realidad. A vida o muerte es uno de los máximos exponentes del onirismo, pero destaca y rompe con la definición de esa corriente porque en este caso no se pierde tanto la sensación de realidad, ya que en todo momento sabemos en qué mundo estamos.


@fserloz

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