Título: A vida o muerte
Director: Michael Powell y Emeric Pressburger
Intérpretes: David Niven, Kim Hunter y Robert Coote
Sinopsis: El aviador británico Peter Carter, en su avión en llamas y a punto de estrellarse se enamora de la voz femenina que contesta a su mensaje de socorro. Parece que se ha salvado milagrosamente y encuentra a su interlocutora. Pero un enviado del más allá le notifica que está entre la vida y la muerte y que si quiere sobrevivir, tendrá que defender su caso ante un tribunal celestial. Simultaneamente a esta situación sobrenatural, un equipo de médicos lucha en el quirófano para curar a Peter una lesión en el cerebro.
Would you repeat the question? It, erm, had "enamored" in it.
Un
inglés, una americana y un francés… Podría ser el inicio de un chiste, pero son
las nacionalidades de los personajes de A
vida o muerte, de la pareja de directores Michael Powell y Emeric
Pressburger. La historia narra la lucha de un piloto británico, Peter, por
conseguir una prórroga para seguir vivo y estar con
June, de la que se acaba de enamorar, después de haber burlado a la muerte.
La película empieza rompiendo cinturas. ¿Quién espera que
un melodrama comience con una visión del espacio? Porque esa voz en off,
mostrando nebulosas, estrellas y planetas, aunque haga algún chascarrillo no
cuadra con lo que se espera al poner la película. Luego viene esa conversación
que acrecienta el surrealismo. Una conversación entre Peter (David Niven) y
June (Kim Hunter), donde nos damos cuenta del posible tono que va a tener la
película. Peter está a punto de morir y se lo toma, casi, como si fuese una
broma. Ambos se enamoran en ese instante. ¡Pero si no se han visto en la vida!
Ya, pero aun así se enamoran. En esta conversación casi no existe el plano-contraplano
tradicional; sino que es en los primeros planos donde los actores muestran su
solidez, pues es muy difícil aguantar a la cámara tan cerca y mostrar tan bien
los sentimientos. Los cuales son intensificados gracias al tipo de iluminación utilizada.
Esa luz en los ojos que muestran el miedo y tristeza de June, además de que su
mirada se dirige hacia el infinito, lo que acrecienta esa sensación.
La película sigue jugando con el espectador. Por lo menos
la primera vez descoloca. La tierra es a todo color, mientras que el cielo es en blanco y
negro. Además de ese contraste también está el de la música, en la que se apoya
la historia para resaltar los sentimientos. En la tierra es alegre, son piezas
para varios instrumentos u orquesta. Sin embargo en el cielo es fría, a veces
llega a agobiar, suele ser un solo instrumento (puede ser el caso de la
armónica) o muy pocos. Parece ser que el cielo es más triste que la tierra. La
gente es seria, no hay bromas, no hay sonrisas (salvo la llegada de los
aviadores americanos, es el único momento donde cambia la música, hay risas y
hasta CocaCola, pero se acaban pronto). Algo sucede que parece que el amor está
en la tierra. Por ejemplo el compañero de Peter, Bob (Robert Coote) intenta
ligarse a una de las ángeles del cielo. Pero no consigue ni sacarle una
sonrisa. Tal vez esa sea la diferencia, el amor solo se entiende en la tierra y
solo existe en ese mundo.
Y eso es lo que se discute en el juicio de Peter, si tiene
derecho a más tiempo de vida, si el amor es suficiente para aplazar ese final.
Pero no es el único tema, sino que los directores aprovechan el juicio para
cargar contra ese sentimiento americano de somos los mejores. El fiscal del
juicio es Abraham Farlan (Raymond Massey), que fue el primer norteamericano
muerto en la Guerra de la Independencia, y tiene un especial odio a los
ingleses. Durante el juicio Farlan y el abogado, el doctor Revees (Roger Livesey),
se enzarzan en una discusión sobre quién es mejor, si un británico o un norteamericano,
poniendo como excusa a Peter y June. Discuten desde la música, hasta el grado
de libertad de un ciudadano, pasando por la voz del inglés medio. Pero el mayor
ataque al sentimiento de norteamericano puro es en el cambio de jurado, cuando
se presenta a seis individuos de nacionalidad americana, pero que cada uno
tiene sus raices en otro lugar del planeta. Cada intervención está cargada de
fuerza y sobriedad. Fuerza porque abundan los primeros planos y un poco en
contrapicado, lo que da grandeza y seriedad al personaje. Se le da una
autoridad. Y sobriedad porque el escenario es mínimo, parece sacado de una
tienda de Ikea. Blanco y muebles transparentes, como en el que colocan la rosa.
De esta forma, con ese escenario pulcro, no puede haber distracciones, salvo la
de Bob con el ángel.
Michael Powell y Emeric Pressburger consiguen una película
sencilla y creativa. Generan una atmósfera que mezcla la fantasía y la
realidad. A vida o muerte es uno de los
máximos exponentes del onirismo, pero destaca y rompe con la definición de esa
corriente porque en este caso no se pierde tanto la sensación de realidad, ya
que en todo momento sabemos en qué mundo estamos.
@fserloz
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